Salto generacional

He tenido la oportunidad de hacer una reflexión que quería compartir con vosotros. Como este artículo tampoco va de oftalmología y ya llevo una racha con el blog un poco desmandado, voy a intentar hacerlo resumidito (que con la inocentada del 28 de diciembre, las reflexiones de año nuevo y el examen MIR, no hablo de ojos ni aunque me pagen 🙂 ).

Mi amiga Ñita me regaló un libro que leí (más bien, devoré) el mes pasado. Hablaba de las experiencias y reflexiones de un médico de aproximadamente dos generaciones por encima de la mía. Unas cuantas décadas, sí, pero tampoco tendría que ser tanto tiempo. Sin ser un libro totalmente orientado a la práctica médica, sí que se puede entrever el modo de practicar la medicina de aquella época. Evidentemente, las cosas han cambiado bastante, pero no sólo en los conocimientos actuales y los tratamientos, sino en la forma de hacer medicina. El libro también describe la situación del médico en la sociedad de aquél entonces, lo que esperaba la sociedad de él, y las reflexiones a las que llegaba gracias a las vivencias profesionales. Las vivencias de un médico en la actualidad son bastante superponibles a las de aquella época (el contacto con la angustia del paciente frente a la enfermedad, y el alivio o la depresión según evoluciona el cuadro; son esencialmente similares ahora y hace 60 años), pero las reflexiones son totalmente diferentes.

La evolución del acto médico

Lo que se iba perfilando a través de las páginas en cuanto a la rutina habitual del médico, no es nuevo para mí. Cuando estudiaba medicina, los catedráticos de la Facultad de Medicina eran de esa generación, y aparte de los conocimientos teóricos, intentaban transmitirnos ese modo de ver la salud y la enfermedad, la vida y la muerte, el concepto de dignidad humana ante el sufrimiento, e inevitablemente dentro del marco social (y también hay que decirlo, religioso) que implícitamente delimita unos roles al paciente y al médico.

Tengo que decir que los esfuerzos de aquellos profesores eméritos de hacernos llegar ese «algo más» fueron, al menos en mi caso, bastante infructuosos. Aunque, como digo, ese ambiente de cómo se hacían las cosas no era algo nuevo para mí, había relegado al olvido ese contacto con la medicina anterior a la que yo vivo. El libro me ha hecho revivir las impresiones que vivía en la facultad, cuando entré en contacto con «la vieja escuela».

La medicina era principalmente un arte. Hermoso para el profesional, y rodeado de un respeto cuasirreligioso que quizás privaba de fluidez a la relación médico-paciente. El médico se aproximaba al problema del paciente de forma muy personal; los conocimientos teóricos eran una ayuda, pero al final se encontraban el médico «a solas» contra la enfermedad. Tenía que sacar los recursos que buenamente salían de su experiencia. Había que ver muchos, muchos pacientes, para poder ir sacando conclusiones, una serie de técnicas que al parecer iban funcionando. Los médicos también se reunían en simposios y congresos, pero contaban sus prácticas de forma ciertamente subjetiva, imprimiendo cada uno su estilo personal. Me recordaría a la reunión de unos artesanos compartiendo misterios de su arte. Así, las impresiones personales del médico (basadas en la observación y las conclusiones racionales, sí), son la que iba configurando su quehacer profesional. Los catedráticos compartían su sabiduría en clases magistrales, y era el prestigio de su larga experiencia lo que avalaban sus conclusiones.

Ahora la medicina no es principalmente un arte, y yo me alegro. Es una ciencia, y el médico tiene a su lado el método, una forma muy racional y algorítmica de aproximarse al problema diagnóstico. Por supuesto, el ojo clínico y esos recursos que te da la experiencia son perfectamente compatibles con los protocolos clínicos, pero la protocolización es una gran herramienta para, por lo menos, no equivocarte . No digo que hace 50 años los médicos no trataran de seguir el método científico, pero ahora se hace un gran esfuerzo por evitar la subjetividad. Las conclusiones personales, la «impresión» de cómo va tal o cual tratamiento, o qué detalles diagnósticos son los más relevantes, ya no tienen el peso de antes. La experiencia personal es importante, pero lo es más las conclusiones que se llegan en los estudios clínicos. Tenemos que convertir todos los parámetros en mensurables (tenemos que poderlos medir), y someterlos a la rigurosidad del ensayo clínico. Donde antes estaba la opinión del médico con gran experiencia, ahora están los protocolos y el consenso. El prestigio no es suficiente para conceder la credibilidad; es necesario avalar lo que se afirma con un estudio perfectamente descrito y objetivo.

Los médicos de la vieja escuela, los «grandes sabios» que han acumulado tanta experiencia, se han encontrado en el ocaso de su vida profesional con este importante cambio en la Medicina. Muchos reconocen los impresionantes avances que ello ha permitido, pero también ven este conocimiento demasiado alejado. En cierta forma, la nueva tendencia «ciencifista» de la profesión les ha quitado parte de la autoridad. Lo que antes se admitía como cierto, ahora se somente a una comprobación empírica estricta, no importa que se dé por supuesto por la mayoría (o la práctica totalidad) de los médicos. Así, estos médicos mayores se preocupaban de que su «arte» se fuera a perder, y se afanaban en en inculcar en los futuros médicos (entre ellos, yo), no sólo los conocimientos adimitidos y válidos, sino el «buen hacer», ciertas actitudes que debe tener el buen médico. Por lo menos, tal como ellos lo veían.

Para bien o para mal, una buena parte de los médico jóvenes (quiero pensar que somos mayoría), hemos buscado nuestro «buen hacer» por nosotros mismos. Creemos que podemos aprender a ser buenos médicos principalmente gracias a nuestro esfuerzo, no sólo al conocimiento de nuestros maestros. Valoramos (y envidiamos en el buen sentido) la experiencia de nuestros mayores, pero no profesamos esa «sumisión mental» porque no queremos ser como ellos, sólo aprovechar su experiencia. ¿Somos una generación demasiado prepotente?. Quizás lo pueda parecer, pero lo que pasa es qeu somos más críticos con lo que nos viene de fuera. Ya no creemos tanto en la intocable figura del maestro médico, ese gran sabio que tenía todas las respuestas. No creemos tanto en las diferentes «escuelas», formas radicalmente diferentes de tratar un problema; hay que buscar la mejor forma de hacer las cosas, y adoptarla.
Son épocas y sociedades diferentes, pero los médicos mismos también somos diferentes. En un tiempo la carrera de medicina estaba masificada y era relativamente fácil entrar en ella, y ahora hemos entrado con mayor criterio de selección. Antes había muchos más motivos para hacer medicina (prestigio, dinero, imposición de los padres, etc) que ahora (tal como están las cosas, básicamente por vocación). Sinceramente, creo que somos más activos en la actualidad. No queremos (ni creemos necesitar) una experiencia tan larga para ser buenos médicos. Tenemos que estudiar mucho, potenciar las aptitudes necesarias y conocer nuestros límites. La experiencia nos mejorará, pero no necesitamos 10-15 años de vida profesional para estar en primera línea.
Ahora, la medicina también es un arte, pero esa vivencia queda para uno mismo. El «ojo clínico» sigue existiendo y tiene que desarrollarse con la experiencia, y es lo que permite «personalizar» las guías clínicas, los protocolos de consenso. Así podemos ajustar los tratamientos, en función de los que vamos sabiendo que funciona mejor. Pero siempre dentro del ámbito de lo científicamente probado y aprobado. Es un «toque de humildad» que viene bien a la profesión, sin duda.

 

Conclusiones

Nuestros maestros, con los que hemos aprendido más y convivido en nuestra práctica, son de una generación más jóven a la que he descrito. Han vivido en mitad de su vida profesional la gran transformación científica que nosotros los más jóvenes ya damos por supuesta desde que estamos en la facultad, y en general les ha gustado el cambio. Estos médicos, ahora de mediana edad, son unos brillantes profesionales que han creado una buena relación con los que constituimos la  generación del futuro.

Pero aunque no empaticemos mucho con la auténtica «vieja escuela», no hay realmente un enfrentamiento. No creo que ellos sean los malos y nosotros los buenos. Vivieron en una época donde su forma de hacer las cosas tenían sentido. Política, religión y moralidad influían en la medicina de una forma que a nosotros nos resulta, aparte de poco profesional, bastante sorprendente. Nuestra forma de dignificar la Medicina es precisamente  aislarla de toda influencia externa, mientras que hace dos generaciones los médicos querían encajar su papel en la sociedad dentro la la moralidad y costumbres del momento, de manera que conceptos básicos como «lo sano» o «lo enfermo» podía llegarse a mezclar con lo que se interpretaba como «virtuoso» o «pecaminoso». O llegar a prescribirse tratamientos sobre lo que era moralmente no aceptado.

Pero esos profesionales, al igual que nosotros, tenían como objetivo primordial preservar la salud del paciente. Los médicos raramente somos elementos sociales activos capaces de modificar la forma de pensar de una sociedad. Normalmente nos adaptamos a ella y trabajamos en función de la forma de pensar que hay. Hace unas décadas lo hicieron lo mejor que supieron. Es lo mismo que hacemos ahora.

Así, aunque no tengamos mucho en común, y que estemos en franco desacuerdo en bastantes cuestiones concretas, no significa que rechacemos a los que fueron nuestro «antepasados profesionales». Se merecen nuestro respeto y consideración.

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4 Comments

  1. Shora
    26 enero, 2007

    Me ha gustado mucho tu reflexión. Jamás me había parado a pensar en los cambios en la forma de pensar de los médicos de generaciones atrás y las de ahora.

    Yo ya he recibido la educación de médicos «científicos» y sólo un médico de la «vieja escuela» (el hombre hace ya la tira que debería haberse jubilado, que si no, ni eso).

    El contraste entre ambos era evidente. Para el médico de la vieja escuela la medicina debía abarcar más, moralidad, amabilidad, cercanía, etc. También eran de los profesores que no te dejaban ir en pantalón corto a un examen (ya avisaba él que había que ir bien vestido), o que si veía a alguien mascar chicle en una clase, que se preparara… La verdad es que me resultó peculiar, era lo que llamábamos un médico «chapado a la antigua».

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  2. Ocularis
    27 enero, 2007

    Gracias por contarnos tu experiencia, Shora. Estoy de acuerdo que el contraste entre los de la vieja escuela y nosotros es grande. Dentro de más o menos una década el cambio se habrá dado por completo.
    El problema es que los pacientes asuman el cambio paralelamente a nosotros.

    Un saludo.

    Responder
  3. P
    24 octubre, 2007

    Me ha gustado la reflexión.
    Ahora bien, de manera paralela habría que realizar el escrito en paralelo:
    pacientes de la vieja escuela / pacientes del salto generacional.
    Un saludo!

    Responder
  4. Ocularis
    25 octubre, 2007

    Totalmente de acuerdo.
    Pero hablar de eso es «políticamente menos correcto», y como el blog lo visitan personas de todo tipo (algunos muy susceptibles frente a los médicos, como se demuestra en los comentarios que me llegan y que no se publican), no quería herir susceptibilidades.

    Un saludo.

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