Otras funciones del campo visual periférico

El tema de este artículo ha surgido a partir de un comentario que ha realizado un amable lector, Iago, sobre este artículo sobre “los megapixeles del ojo”. Este post que enlazo es el tercero de una serie en el que explico que la retina, como órgano receptor de imagen, es muy diferente a los sensores de los dispositivos análogos en el ámbito de la tecnología: las cámaras fotográficas y de vídeo.

Es curioso que salga este tema precisamente ahora. El último episodio del podcast, publicado hace apenas unos días, hablo precisamente de todo esto.

Retina desigual, campo visual desigual

Al contrario que sus homólogos artificiales (las cámaras de video y las fotográficas que mencionaba), en los ojos la retina no presenta una superficie con fotorreceptores homogéneamente repartidos en su superficie. No hay una malla, una cuadrícula regular, con los receptores de luz a la misma separación. Hay un área central muy reducida en superficie, justo en el centro de nuestra retina, que se llama fóvea, en el que los fotorreceptores están muy juntos, y por lo tanto ofrecen una resolución de imagen (una gran calidad y definición). Conforme nos alejamos de la fóvea, los fotorreceptores se van espaciando, y la transmisión de estas células ya no es individual sino agrupada (varios receptores conectados a un solo “cable” o fibra nerviosa, por lo que funcionalmente un grupo de varios receptores se perciben como un solo “pixel” más grande). Por lo tanto la resolución de imagen se va reduciendo de forma paulatina conforme nos alejamos de la fóvea. Al llegar a la áreas más distantes de la retina, la calidad de imagen que se obtiene es muy pobre.

Tanto en la serie del post comentado, como en muchos otros artículos a lo largo de este blog, esta organización retiniana se ha ido explicando por sus implicaciones prácticas: nuestro campo visual tiene una gran resolución en una pequeña zona central, y la resolución se va reduciendo según nos alejamos a la periferia del campo de visión. Este hecho se combina a la perfección con nuestra particular forma de mover los ojos. La motilidad ocular, la forma en giramos nuestros ojos, en gran parte involuntaria, se basa sobre todo en los movimientos sacádicos. Para tener una imagen clara del escenario visual que queda delante de nuestros ojos, debido a que en un instante concreto solo percibimos con nitidez una pequeña porción de nuestro campo visual, vamos haciendo giros rápidos con nuestros ojos, llevando la mirada a las zonas que despiertan nuestro interés para capturar cada una de éstas con la zona central del campo (la que corresponde con la fóvea). El cerebro va reconstruyendo los detalles a máxima resolución y en nuestra cabeza se integran estas capturas, a modo de “collage”. De esta manera, esta particular forma de organización retiniana, donde existe una fóvea que tiene una superioridad anatómica y funcional, implica que distintas áreas del campo visual tienen funciones diferentes. Y eso se complementa con estos movimientos sacádicos.

Nuestros ojos, por lo tanto, no funcionan como una cámara fotográfica o de vídeo, que para capturar con la máxima resolución a la que funciona el dispositivo, la cámara se queda estática: toda la imagen capturada, desde el centro a la periferia, está a una resolución que es la misma y es la máxima. Nuestros ojos, para obtener los mismos detalles, tienen que hacer movimientos y capturas de imagen en varios instantes.

Función de la campo foveal

Acabamos de explicar que la distintas áreas del campo visual tienen funciones diferentes. El área privilegiada, que que está “mimada anatómicamente”, con tantos fotorreceptores (la fóvea solo tiene conos, los receptores que funcionan con abundante luz y que además perciben el color), tan juntos. Con una fibra nerviosa dedicada para cada uno de los conos. Y con otras características anatómicas que le aseguran una red neuronal auxiliar a estos conos, un aporte sanguíneo y de nutrientes a la altura de la exigencia metabólica de esta localización tan particular de nuestro cuerpo.

Esta pequeña zona central de nuestro campo visual, la que se proyecta en la fóvea, tiene la máxima definición, la mejor resolución de imagen, en donde podemos percibir los detalles más sutiles. Por lo tanto, lo que se llama visión fina se realiza aquí, en la fóvea. ¿Qué función tiene esta visión fina? Pues en general, casi toda la que se nos pueda ocurrir. Casi cualquier tarea visual que realizamos voluntariamente se lleva a cabo aquí, en nuestro campo visual central. Leer, reconocer caras, disfrutar de cualquier detalle de una película o serie en cualquier pantalla, admirar de una obra de arte (visual, claro), un amanecer o cualquier escena natural o artificial. Los detalles, las siluetas, los colores, los percibimos principalmente con nuestra fóvea.

Casi cualquier cosa que asociamos al acto de “ver”, lo realizamos con nuestro campo visual foveal. De hecho, y esto es una reducción excesiva, como veremos en seguida, cuando hablamos de “medir la visión” solemos hablar de medir la agudeza visual, que lo que mide precisamente la capacidad de nuestra fóvea.

Función del campo periférico

Entonces, si parece que “todo” lo hace la fóvea, ¿para qué tenemos un campo visual periférico? ¿Qué papel cumple la retina en sus zonas alejadas del centro? ¿Es un residuo evolutivo que carece de función visual?

No, para nada. Para entenderlo, podemos repasar qué le ocurre a las personas que, debido a una enfermedad que altera la periferia del campo visual conservando la zona central, como por ejemplo por un glaucoma avanzado o una retinosis pigmentaria. Como explicaba en este artículo sobre la mencionada retinosis pigmentaria, una persona con la agudeza visual conservada (es decir, el campo visual central preservado) pero una pérdida grave del campo periférico sufrirá una discapacidad visual grave, e incluso una ceguera legal. Y esto ocurre así porque las funciones visuales del campo periférico, aunque no formen parte de la llamada visión fina y no aporten los detalles a la elaboración final de procesamiento voluntario de la imagen, sus funciones son por lo menos tan importantes como la del campo visual central.

¿Cuál sería la función más importante del campo visual periférico? La que hemos comentado al principio, que podemos esquematizar en un “ciclo visual”:

  1. El campo periférico nos ofrece una imagen muy extensa en el espacio de qué es lo que hay delante nuestro.
  2. Algo nos llama la atención en esta zona periférica. No por su detalle, ya que este campo periférico es de baja resolución. Nos atrae por el movimiento (un estímulo visual móvil, que se desplaza por el campo de visión), o por su contraste (en el grado de iluminación o de colores), o por la distancia (calculamos las distancias de los diferentes objetos que hay en nuestro campo visual, para eso no necesitamos gran nitidez). A veces no se trata de un estímulo visual que llame la atención, sino que queremos recorrer parte de la escena visual de forma más sistemática. Eso ocurre por ejemplo, cuando leemos. En estos casos, el campo visual periférico es el “campo de juego” el lienzo, el mapa, el plano que va a permitir elaborar y organizar el movimiento sacádico.
  3. Este estímulo visual, lo que queremos ver en detalle a continuación, lo “fovealizaremos”. Es decir, generamos un movimiento sacádico, de forma que desplazaremos nuestra fóvea para que en ella se proyecte este nuevo estímulo visual, que antes estaba en la periferia.
  4. Al finalizar el movimiento sacádico, se han cambiado de nuevo todas las coordenadas y referencias. Lo que antes se proyectaba en el campo periférico pero queríamos ver en detalle, ahora está en el centro y se corresponde con el campo central. Lo que antes estaba en el centro y estaba “visto en detalle”, ahora forma parte del campo periférico.
  5. Cuando surge otra zona del campo periférico que queremos ver en detalle, vuelve a empezar este ciclo visual de movimiento ocular y captura foveal.

En conclusión, no podemos crear los movimientos sacádicos si no tenemos campo periférico. No solo por la cuestión práctica de que la elaboración de este giro de los ojos necesita información muy exacta de hacia adónde se tienen que dirigir. Ya en la etapa previa: lo que no está en el campo periférico no existe para nuestro cerebro. Hay que tener en cuenta que el campo central, la fóvea, solo registra el campo de visión correspondiente a un ángulo muy pequeño, aproximadamente 5 grados. Si sólo tuviéramos una zona zona tan pequeña de visión, y el resto fuera oscuridad completa, ausencia de visión, en la práctica no sabríamos hacia dónde dirigir nuestra “mirada foveal”. Haríamos barridos erráticos de los ojos, sin capturar nada que tenga sentido para nosotros. No podríamos recomponer una imagen coherente en nuestro cerebro.

Las otras funciones

Existen otras funciones menos conocidas del campo visual periférico:

  • Estabilización del cuerpo. El campo periférico es el que tiene la “gran fotografía”, en donde se captura la realidad en una extensión horizontal (sumando los campos de ambos ojos) de unos 180º. Aquí tenemos el sentido de la horizontal, del horizonte. Nos estabiliza para no caernos, para mantener una postura vertical, sin inclinarnos y perder el equilibrio. Es cierto que la función del equilibrio se puede realizar sin información visual. Si cerramos los ojos no nos caemos, normalmente. De hecho esta es una prueba habitual en medicina, para saber si nuestro sentido del equilibrio, que está en nuestro oído interno, funciona bien o no. Si no funciona bien, puede que no dé síntomas precisamente porque nuestra vista lo compensa. Se trata de personas que se desenvuelven con normalidad, pueden estar de pie y andar sin problemas. Pero al cerrar los ojos, se vuelven inestables e incluso se pueden caer.
  • Orientación general: aparte de la percepción de la horizontal, el campo periférico, al capturar una zona tan grande de lo que nos rodea, nos permite utilizar los objetos estáticos para permitir orientar el estado de nuestro propio cuerpo. Usando la parte “fija” de la escena visual, podemos calcular cuándo nos desplazamos, nos inclinamos, nos sentamos o ponemos de pie, nos tumbamos, o en general cuando cambiamos de posición. Todo esto lo podemos hacer con los ojos cerrados, pero es mucho más difícil. Y lo hacemos sin necesitar los detalles de alta resolución que ofrece el campo visual central.
  • El movimiento: Una gran parte de nuestra dinámica visual consiste en entender, predecir y estimar la velocidad de los diferentes objetos que están en movimiento. Y esto no se suele hacer con la fóvea. Es desde nuestro campo periférico en el que percibimos el movimiento, en la mayoría de los casos.
  • La deambulación: el no golpearnos con las paredes, no chocarnos con los marcos de las puertas, no tropezar con sillas u objetos, coordinar nuestras piernas cuando andamos o bajamos escaleras, todo esto lo hacemos con nuestro campo periférico. la situación general de la escena visual, los objetos con los que debemos interactuar o no chocar, la organización general de nuestro desplazamiento, requiera la percepción de “la gran imagen”. Una zona muy pequeña de dicha imagen, la foveal, por mucha nitidez que tenga, no juega un rol importante en estas tareas esenciales para desenvolvernos.

Una falsa dicotomía

En este momento conviene hacer un apunte importante. Todo lo que estamos explicando de visión central frente a visión periférica, con funciones visuales opuestas y complementarias, es un modelo sencillo para poder entenderlo. Es cierto todo lo que hemos ido exponiendo, pero es simplificado.

La realidad es que no hay una línea de demarcación en la retina, un límite definido entre una parte de la retina en el centro con una gran densidad de receptores, y la zona alrededor con una densidad muy baja. Decíamos que según nos alejamos de la fóvea, la densidad de receptores va disminuyendo paulatinamente. Eso significa que la zona paracentral, el área que no es estrictamente fóvea pero está justo al lado de ésta, tiene una gran densidad de receptores, aunque no máxima. Por lo que ofrece una calidad de imagen muy buena, muy cercana a la que ofrece el área central. En principio podría adoptar funciones de visión fina de la fóvea, sin grandes dificultades. La zona adyacente a la paracentral va perdiendo resolución, pero todavía no está en situación de pérdida de resolución como en las áreas de retina que están muy en la periferia.

Como vemos, no se trata de una dicotomía centro-periferia. No hay dos áreas perfectamente diferenciadas. Por lo tanto, en un momento dado áreas adyacentes a la fóvea anatómica nos puede servir como “captura” de imagen, si no necesitamos una nitidez máxima. Es como si funcionalmente pudiéramos ampliar nuestro área de visión central, dependiendo de las circunstancias.

Inhibición entre centro y periferia

Ahora estamos en condiciones de entender un proceso neurológico que ocurre en la retina, que no es muy conocido fuera del ámbito de profesionales de la visión, o los científicos de este área de conocimientos. Este tipo de modulación de la información visual guarda similitudes con otro que ocurre a un nivel mucho más “bajo” en la jerarquía retiniana que es la inhibición lateral (enlace en inglés). No voy a explicar en detalle cómo ocurre a nivel celular ni la inhibición lateral ni lo que nos ocupa ahora: la inhibición entre centro y periferia. Son fenómenos muy complejos (sobre todo el último), no bien conocidos a nivel fisiológico. Nos concentraremos en las consecuencias.

Partimos de que la información que sale de la fóvea hacia el cerebro, al ser muy rica en detalles, implica un gran “ancho de banda”, son muchos estímulos nerviosos que se envían a la vez en un instante concreto, que corresponden a un área muy pequeña de la visión. Por poner unas cifras aproximadas, el área central del campo visual, lo que correponde a la fóvea, ocuparía tan solo un ángulo de 5 grados aproximadamente, pero ofrecería más o menos un 50% de toda la información visual. En proporción, los 175 grados del campo visual periférico (ahora midiendo solo en el plano horizontal para simplificar) ocuparía el otro 50% de información, por lo que cada grado de campo visual en esta zona periférica enviaría de media menos del 0,29% de la información total que recibe el cerebro. Una gran desproporción, ¿verdad? Esto es así porque no necesitamos más información para realizar las funciones del campo periférico, como explicábamos más arriba. Pero esta desproporción, esta diferencia en el grado de información que mandamos para una superficie equivalente entre centro y periferia, es esencial para el proceso de la visión se lleve a cabo.

¿Por qué? El hecho de ver no ocurre solo en los ojos. Lo que se da lugar en la retina es la captura de la imagen, la transformación de luz en información biológica. Luego ocurre un primer procesado de la imagen en la propia retina. Pero la mayor parte de este procesado, el integrar todos los componentes de la imagen en un resultado coherente, tridimensional y fiel a la realidad, lo realiza el cerebro. Y debe hacerlo “en tiempo real”. No puede ser un proceso que se demore en el tiempo, porque entonces estaríamos viendo “el pasado”. Por lo tanto tenemos que limitar el input visual, la información que llega a través del nervio óptico, a lo que el cerebro puede procesar. Y esta tarea de centrarse en la información importante en cada momento y desentenderse de la información accesoria, que no aporta nada relevante para la tarea visual actual, en parte la hace el propio cerebro con un proceso de atención selectiva a áreas o aspectos concretos de la visión (el movimiento, los colores, el cálculo de distancias, etc). Pero, y esto es lo que no es muy conocido, se produce de forma muy destacada en la propia retina.

Es lo que llamamos inhibición entre el centro y la periferia. Cuando una de estas dos áreas de la retina recibe mayor cantidad de información, lanza señales “laterales”, a la zona opuesta de la retina, para inhibir la información que envía. Esto actúa en ambos sentidos: el centro de la retina es capaz de inhibir a la periferia, y la periferia es capaz de inhibir al centro. No es una inhibición total, no es que se desactive completamente un área retiniana. Significa que disminuye la transmisión de información, es como si se perdiera nitidez o la intensidad del contraste, el movimiento, etc. Se necesitan estímulos más grandes para pasar la barrera de la inhibición y que llegue hasta el cerebro.

Inhibición centro-periferia

Esta es la situación más fácil de entender, y quizás la más habitual en el ser humano “moderno” y sobre todo en las actividades visuales más comunes de la vida en la actualidad. Para poner un ejemplo concreto, pensemos en que estamos leyendo, aunque podría ser casi cualquier actividad visual, digamos, exigente. El hecho de leer implica discernir siluetas (letras) que requieren gran definición. Hay gran número de detalles que caen en el campo visual central. En esta situación, el centro inhibe las áreas periféricas de la retina. Siguiendo la proporción de información visual que decíamos antes, si el campo central ocupa normalmente un 50% de lo enviado al cerebro, para leer igual necesitamos que sea un 60% ó un 70%. Así que inhibimos el campo periférico para que, en proporción, la información del centro sea aún más prevalente. No queremos que nuestro cerebro se distraiga con la información de la periferia, que ahora nos aporta poco. Sí que seguimos necesitando la zona cercana al centro para organizar nuestros movimientos sacádicos que van siguiendo la línea que estamos leyendo, pero poco más.

En esta situación de inhibición periférica, puede que se nos pase desapercibidos pequeños cambios en la periferia de nuestra visión, que en otras circunstancias sí que veríamos. Un pequeño cambio de iluminación, o un movimiento discreto, en la zona periférica, nos puede pasar desapercibido. Esos mismos estímulos visuales, cuando estamos por ejemplo andando por la calle, los veríamos sin mayor problema. Y sí, una parte de por qué no somos conscientes de esos posibles cambios es en que estamos concentrados en el proceso de leer. Pero esto ocurre en buena medida porque una parte de estos estímulos que efectivamente llegan a la retina, no llegan al cerebro.

Inhibición periferia-centro

Esta situación no es tan fácil de entender, pero es también muy habitual. Se trata de situaciones en las que, evidentemente, la fóvea sigue jugando un papel de superioridad, y seguimos capturando lo que nos interesa con el centro visual, el cual sigue mandando mucha información para obtener mucho detalle. Sin embargo, hay momentos y tareas que nos es suficiente con una nitidez de imagen central buena pero no máxima, pero que es muy importante obtener información de gran calidad de todo nuestro campo visual. Cuando debemos ser muy conscientes de lo que está pasando a nuestro alrededor, no solo ese pequeño detalle del centro. Son situaciones en las que nos estamos desplazando, la escena visual de nuestro alrededor mueve o cambia rápidamente, o debemos estar vigilantes a cosas que pasan a nuestro entorno. Un ejemplo sería andar o pasear, o quizás un ejemplo más claro sería conducir. Claro que necesitamos una visión nítida del centro de la imagen. Pero tenemos que ser muy conscientes de los coches, peatones y otros estímulos visuales que se mueven alrededor de nuestro pequeño campo visual central.

Siguiendo con las proporciones de señal, cuando hay un campo periférico rico en estímulos (o nuestra atención se fija en nuestro entorno), podemos limitar la información del centro a un 30%, que es suficiente para conseguir los detalles necesarios en estas situaciones, para así recoger más información de la periferia.

El entorno natural

Todo esto que hemos explicado de la fóvea, el campo visual central y periférico, y las inhibiciones centro-periferia y al contrario, no son exclusivas del ser humano. Es cierto que hay muchos mamíferos sin fóvea, por lo que no tienen nada de esto. Pero en concreto los primates sí que tenemos fóvea, y todos los primates, no solo los homínidos, compartimos los mecanismos explicados. Pero no todos los utilizamos de la misma manera.

El uso de la fóvea y una mayor preponderancia de la inhibición centro-periferia tiene dos problemas fundamentales:

  • La fóvea, debido a la mayor riqueza y complejidad de la información que procesa y transmite, tiene una latencia mayor. Eso quiere decir que tarda más milisegundos en enviar la información al cerebro.
  • La inhibición centro-periferia le da aún mayor nitidez al área estrictamente central, pero a costa de inhibir zonas parafoveales, áreas que están cercanas al centro del campo visual, con una capacidad de resolución de imagen muy cercana a que consigue la fóvea. Sin embargo, esta capacidad potencial se ve anulada por dicha inhibición.

La ventaja es evidente: no estamos utilizando resoluciones de imagen variable, con calidad que varía entre la máxima y un grado menor. Siempre estamos trabajando con calidades óptimas. Algo ideal para tareas visuales exigentes. El inconveniente es el tiempo:

  • La mayor latencia, perdemos más milisegundos, porque la imagen central es más rica pero llega al cerebro y se forma más lentamente.
  • Para poder capturar una zona de la escena visual necesitamos más movimientos sacádicos, ya que no utilizamos la zona cercana al centro para obtener detalles finos. Sólo el campo foveal, así que requerimos más movimientos sacádicos incluso aunque sean estímulos visuales cercanos entre sí. Más movimientos sacádicos significa mucho más tiempo que tenemos que emplear.

Esta pérdida de tiempo puede ser inaceptable en un entorno natural de un animal. Cuando surge un animal peligroso que nos puede atacar, o cuando se mueve una presa que tenemos que capturar, no podemos esperar a capturarlo en un movimiento sacádico, o que se procese lentamente en la fóvea. Tenemos que reaccionar al instante. Por suerte para el animal en este entorno natural, la mayor parte de las veces no necesitamos maximizar nuestra resolución del campo central con una inhibición centro-periferia, y una captura con un movimiento sacádico de cada parte importante de la escena visual. No estamos leyendo. Muchas veces es el movimiento, la velocidad y la diferencia de contraste de un estímulo los factores esenciales para que respondamos correctamente. No necesitamos tanto detalle.

En este contexto, los animales no humanos hacen un uso comparativamente menor de la inhibición centro-periferia. Y además utilizan más la zona cercana al centro, su resolución de imagen que es suficiente para la mayoría de sus tareas, para no requerir tantos movimientos sacádicos como utiliza el ser humano moderno. En comparación con nosotros, otros primates utilizan sus movimientos sacádicos para hacer grandes desplazamientos de los ojos, pero con menor frecuencia. Sin embargo nosotros hacemos movimientos oculares de muy pocos grados, pero más frecuentes, porque queremos capturar con la zona central (y no con la adyacente al centro) todo lo que nos interesa.

Y ahora, el ejemplo

Volvamos al inicio del artículo. Iago me pregunta:

[…] Al final del artículo comentas que es imposible leer de un golpe de vista, pues el «area nítida» de nuestro campo de visión es muy pequeña. ¿Cómo es posible entonces que los chimpancés (y algunos humanos que han entrenado también, aunque menos) sean capaces de recordar la localización de los números que aparecen en en un destelleo de la pantalla? ¿El ojo humano necesita realmente enfocar a cada número por separado para distinguir cuál es? Y, aunque entiendo que esto se sale del campo de un oftalmólogo, ¿dónde puede estar esa diferencia con los chimpancés (en el ojo, en el cerebro…)?

Y hace referencia al experimento que se ve en este vídeo:

https://youtu.be/nTgeLEWr614

Vemos cómo la pantalla presenta una serie de números repartidos de forma aleatoria, delante de un chimpancé. Lo hace durante un instante, y luego los números quedan “tapados”, se sustituyen por cuadrados. El juego, la competición, consiste en identificar las parejas de números. En este juego los chimpancés básicamente le dan una paliza a un competidor humano moderno. ¿Es porque los chimpancés tienen más memoria visual que nosotros? No.

El intervalo de tiempo en el que la pantalla muestra los números es demasiado corto para que podamos identificar los números con movimientos sacádicos. Pero eso no es mayor problema para el chimpancé. Los números no están realmente muy espaciados en el campo visual proyectado en los ojos. Quedan en una zona paracentral de la retina. Y los números son bastante grandes como para poder ser capturados con suficiente detalle en una zona del campo visual que no es central pero sí próximo a él. Así que la retina del chimpancé tiene el potencial para identificar los números en un solo instante, sin realizar sucesivos movimientos sacádicos. Y también nuestra retina.

Entonces, ¿por qué nosotros no podemos? Porque, entre otras cosas, nuestro modo dinámico de funcionamiento implica una mayor inhibición centro-periferia. Lo que hace que parezca que nuestra fóvea “rinda más” que la del chimpancé, aunque anatómicamente no sea superior. Pero la capacidad de retener detalles de forma instantánea, usando una capacidad de resolución intermedia en las zonas del campo visual intermedias (no en el centro, pero no en la periferia) es menor en nuestro caso. Sin embargo, el chimpacé aprovecha en este caso los recursos anatómicos mejor que nosotros que, aunque los tengamos, no los aprovechamos en la práctica.

¿Hay otras razones a parte de lo que pasa en la retina? Sin duda. Nuestro comportamiento de “leer números” consiste en centrarlos, lo mismo que nuestro comportamiento delante de la pantalla. El chimpancé no lee, no necesita ver con máximo detalle. Su sistema visual funciona de forma global en “modo natural” identificando patrones visuales lo más rápidamente posible, sin esperar el máximo detalle en la información. Eso incluye el comportamiento en la retina que hemos explicado, pero otros procesos en el cerebro.

¿Innato?

Un humano, a base de entrenamiento, es capaz de mejorar los resultados de este experimento. Si se concentra en no intentar hacer movimientos sacádicos, y “ver” lo que queda alrededor del centro, puede estimular la inhibición periferia-centro para favorecer esas áreas parafoveales. ¿Podría llegar a igualar al chimpancé con el entrenamiento suficiente? No lo podría decir. Me hubiera resultado interesante que, como sujeto humano en el experimento, no solo hayan utilizado una persona que ha vivido en un entorno “moderno”, por decirlo así. Cuando explicaba más arriba qué es lo que pasa en nuestro sistema visual en la actualidad, donde prima más la calidad de imagen que la velocidad de respuesta, hablo siempre del ser humano moderno.

Existen todavía seres humanos que, igual de “modernos” que nosotros porque son contemporáneos, viven en entornos más naturales con menos tecnología. Por ejemplo, en tribus de cazadores-recolectores. Estas personas que no leen, no utilizan pantallas, pero que cazan y están expuestos a peligros de su entorno, ¿cómo hubieran hecho este experimento?

Estas diferencias que encontramos entre los chimpancés y un tipo concreto de humanos, ¿es algo ya innato? ¿Se trata de diferencias genéticas? ¿O el estilo de vida va modificando de forma definitiva nuestro sistema visual? ¿Puede que haya diferencias genéticas en este aspecto dentro de la especie humana?

Son preguntas a las que no puedo dar respuesta. Pero es sin duda un tema apasionante.

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2 Comments

  1. Iago
    27 diciembre, 2022

    Buenas Ruben, no lo he podido leer antes por los examenes de medicina (y ahora me toca estudiar oftalmologia!!), pero me ha encantado el artículo.
    Enhorabuena; como siempre, es un gusto leerte.
    Haces que me pregunte si un chimpancé bien entrenado podría ser mejor conductor que un humano… Quiza los podamos integrar en nuestra sociedad futura!
    Muchas gracias, y feliz navidad a tod0s

    Responder
    1. Ocularis
      8 enero, 2023

      Gracias a ti por proponer el tema de este artículo. Y me alegro que te haya gustado el contenido. Feliz 2023.

      Responder

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